Estoy sentada en el último banco. Las flores son horribles.
¿Cuantas emociones de sufrimiento y alegría extrema estarán adheridas a estas paredes?
Se escucha la melodía de un rosario aletargado, mezclado con el sorbeteo de mocos de las viejas del sur.
El muerto está visible.
Se levantó igual que todos los días. Se comió su clásico pan con dulce de leche marca jumbo.
Y ya no está. No puede entenderlo. Sus manos son incapaces de tocar la guitarra con la que siempre animaba las fiestas.
Ella me mira. Con tristeza. Busca mi complicidad.
Pero me averguenzo y sigo sentada inmóvil en el último banco.
Sus hijos me observan con desprecio. Sobre todo la mayor. La que fue compañera mía de universidad. La misma que me pedía los cuadernos y me prestaba poleras para las fiestas.
La entiendo. Fue muy duro para ella. Aceptar algo así.
Y sigo sentada inmóvil en el último banco. Las flores ya están mustias.